20 de julio de 2013

La práctica coral y el desarrollo del niño


Tres aprendizajes son esenciales para el desarrollo del ser social: hacer, conocer y convivir. Todos ellos pueden ser potenciados por la música.
Como estrategia pedagógica de aplicación en las etapas de la infancia, la música abre un espectro enorme de descubrimientos, disfrute, riqueza imaginativa, que los niños pueden experimentar en distintas maneras y a través de diferentes estímulos. En los primeros años, la música, principalmente a través del canto, contribuye al desarrollo del lenguaje, al incentivar el aprendizaje de palabras y frases nuevas, animar al uso continuo de otras ya conocidas y fomentar la dicción y la correcta pronunciación.
El niño siendo apenas un bebé es capaz ya de reconocer canciones, aprende a jugar cantando antes de que sus palabras sean entendidas por los adultos. Cantar y moverse al compás de la música son manifestaciones que denotan su felicidad y entusiasmo. Esta motivación hacia el mundo sonoro facilita los procesos de retención y propicia mayor fluidez para la asimilación de contenidos diversos, por lo que es posible además a través de la música transmitir de manera efectiva los primeros valores de la vida en comunidad.
El ejercicio de la música, en particular de la música coral, si se fomenta y se valora de manera expresa la actividad más allá incluso del solo hecho musical, puede constituirse en un instrumento para el desarrollo de capacidades como la autoestima, la disciplina, la concentración, la atención y el espíritu crítico. Cantando juntos los niños aprenden a escuchar y a escucharse, a coincidir, a acordar. Aportan cada uno, no sólo con su hacer sino con su postura crítica, en el logro de un mayor desempeño grupal, desarrollan la motivación por el esfuerzo dirigido al logro. 
La práctica coral puede incentivar también el desarrollo cognitivo, ya que de acuerdo con la metodología pedagógica que se utilice, es posible potenciar en los infantes las competencias para observar, escuchar, comparar, explorar, producir, formular hipótesis, resolver problemas, en suma, favorecer la construcción progresiva y significativa del pensamiento y los diferentes tipos de conocimiento, utilizando herramientas que pueden ir de lo más sencillo a lo más complejo, como la clasificación de sonidos, timbres, la ordenación de elementos (como sonidos agudos y graves), el establecimiento de relaciones temporales, la memorización de texto y música, la discriminación auditiva que se vale de la ejercitación de la armonía (propia del nivel mental de pensamiento al decir de Willems). En otro sentido, la ejercitación del sentido del ritmo, ayuda a la afinación de sus destrezas psicomotrices y de equilibrio. La polirritmia contribuye además a la potenciación de las funciones ejecutivas, de la lateralidad y la capacidad de disociación y jerarquización.
Los coralistas no son meros receptores de información, en un coro los niños pueden desarrollar el pensamiento crítico y autocrítico desde la temprana infancia, con base en el discernimiento, entre otros aspectos que pueden ser estimulados por su director. Se acercan a diversas culturas y se educan en la apreciación estética, que los llevará a la búsqueda de la belleza y el arte en su vida diaria.
Finalmente, la música, a través de la práctica coral es una escuela de socialización. Decimos, con el maestro Alberto Grau que "un coro es una escuela de vida". En los ensayos se incentiva el trabajo en grupo, la tolerancia, la cooperación. Puede igualmente fomentarse la consolidación de habilidades propias del liderazgo positivo, como la confianza en sí mismos, el establecimiento del orden en la conducta, la empatía y la creatividad, herramienta ésta última relacionada directamente con el pensamiento lateral, ese que enseña que hay opciones diferentes para resolver un mismo problema y aumenta las posibilidades de éxito en la toma de decisiones en todos los órdenes de la vida.

Flor Marina Yánez

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