Tres aprendizajes son esenciales para el desarrollo
del ser social: hacer, conocer y convivir. Todos ellos pueden ser potenciados
por la música.
Como estrategia pedagógica de aplicación en las etapas
de la infancia, la música abre un espectro enorme de descubrimientos, disfrute, riqueza imaginativa, que los niños pueden experimentar en
distintas maneras y a través de diferentes estímulos. En los primeros años, la
música, principalmente a través del canto, contribuye al desarrollo del
lenguaje, al incentivar el aprendizaje de palabras y frases nuevas, animar al
uso continuo de otras ya conocidas y fomentar la dicción y la correcta
pronunciación.
El niño siendo apenas un bebé es capaz ya de reconocer
canciones, aprende a jugar cantando antes de que sus palabras sean entendidas
por los adultos. Cantar y moverse al compás de la música son manifestaciones
que denotan su felicidad y entusiasmo. Esta motivación hacia el mundo sonoro
facilita los procesos de retención y propicia mayor fluidez para la asimilación
de contenidos diversos, por lo que es posible además a través de la música
transmitir de manera efectiva los primeros valores de la vida en comunidad.
El ejercicio de la
música, en particular de la música coral, si se fomenta y se
valora de manera expresa la actividad más allá incluso del solo hecho musical, puede constituirse
en un instrumento para el desarrollo de capacidades como la autoestima, la
disciplina, la concentración, la atención y el espíritu crítico. Cantando
juntos los niños aprenden a escuchar y a escucharse, a coincidir, a acordar. Aportan
cada uno, no sólo con su hacer sino con su postura crítica, en el logro de un
mayor desempeño grupal, desarrollan la motivación por el esfuerzo dirigido al
logro.
La práctica coral puede incentivar también el
desarrollo cognitivo, ya que de acuerdo con la metodología pedagógica que se
utilice, es posible potenciar en los infantes las competencias para observar,
escuchar, comparar, explorar, producir, formular hipótesis, resolver problemas,
en suma, favorecer la construcción progresiva y significativa del pensamiento y
los diferentes tipos de conocimiento, utilizando herramientas que pueden ir de
lo más sencillo a lo más complejo, como la clasificación de sonidos, timbres, la
ordenación de elementos (como sonidos agudos y graves), el establecimiento de
relaciones temporales, la memorización de texto y música, la discriminación
auditiva que se vale de la ejercitación de la armonía (propia del nivel mental
de pensamiento al decir de Willems). En otro sentido, la ejercitación del
sentido del ritmo, ayuda a la afinación de sus destrezas psicomotrices y de
equilibrio. La polirritmia contribuye además a la potenciación de las funciones
ejecutivas, de la lateralidad y la capacidad de disociación y jerarquización.
Los coralistas no son meros receptores de información,
en un coro los niños pueden desarrollar el pensamiento crítico y autocrítico
desde la temprana infancia, con base en el discernimiento, entre otros aspectos
que pueden ser estimulados por su director. Se acercan a diversas culturas y se educan en la apreciación estética, que los llevará a la búsqueda de la belleza y el arte en su vida diaria.
Finalmente, la música, a través de la práctica coral es una escuela de socialización. Decimos, con el maestro Alberto Grau que "un coro es una escuela de vida". En los ensayos se incentiva el trabajo
en grupo, la tolerancia, la cooperación. Puede igualmente fomentarse la consolidación de habilidades propias del liderazgo positivo, como la confianza en sí mismos, el
establecimiento del orden en la conducta, la empatía y la creatividad,
herramienta ésta última relacionada directamente con el pensamiento lateral, ese que enseña que
hay opciones diferentes para resolver un mismo problema y aumenta las
posibilidades de éxito en la toma de decisiones en todos los órdenes de la
vida.
Flor Marina Yánez